miércoles, 26 de enero de 2011
La revolución en los claustros
Investigadores y actores del movimiento estudiantil analizan la herencia del reformismo y la vigencia de sus principios. La discusión sobre la autonomía, la democratización y la necesidad de profundizar la relación con la sociedad.
Por Julián Bruschtein
A 90 años de la Reforma Universitaria que los estudiantes cordobeses empujaron en 1918, los valores que lograron imponer fueron el mascarón de proa del modelo de universidad vigente hasta el día de hoy. La permanencia de los principios reformistas es un tema de debate constante en la agenda universitaria. Consultados por Página/12, los historiadores y estudiosos del movimiento estudiantil y de la universidad Hugo Biagini, Pablo Buchbinder, Ricardo Romero, y el actual presidente de la Federación Universitaria nacional (FUA), Mariano Marquínez, analizan el proceso y los alcances de aquellos logros que cambiaron a la educación superior en la Argentina, en América latina e incluso en parte de Europa.
“Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que faltan”, rezaba el Manifiesto Liminar (ver páginas 14 y 15 de esta edición). Los estudiantes reclamaban así el desprendimiento del sistema imperante en la Universidad de Córdoba, la universidad más antigua del país, profundamente influenciada por la Iglesia. Aquel 15 de junio de 1918 tomaron la Casa de Trejo para protestar contra el nombramiento como rector de Antonio Nores Martínez, un representante de los sectores conservadores apoyado por el clero. Hasta ese momento los profesores llegaban a las cátedras a través de designaciones arbitrarias o directamente heredaban los cargos. El desarrollo de la ciencia aún no era cuestión prioritaria para la universidad.
“No fue una reforma meramente instrumental, porque contenía ideas muy profundas que acompañan un sufrimiento. Tenían una esencia más revolucionaria que reformista, porque en aquel momento existía el sentimiento de que se podían dar vuelta radicalmente las cosas por las experiencias de la revolución mexicana en 1910 y la rusa en 1917”, dice Biagini, doctor en Filosofía, investigador del Conicet y profesor de la Universidad de La Plata. “Lo cierto es que el logro mayor fue poner a la universidad en manos de la ciencia y el pueblo”, agrega.
“La autonomía es hoy uno de los principios con mayor vigencia de los que se proclamaron en el ’18 –considera Martínez (Franja Morada)–. No se puede hablar de autonomía responsable o autonomía, porque la autonomía es una sola: la científica y la política. Si se habla de que la universidad tiene que vincularse más con la sociedad, se está haciendo referencia al mejoramiento de las políticas de extensión. Si se impulsa una mayor vinculación con el Estado, se estaría restringiendo la autonomía”, advierte. En momentos en que se discute una nueva ley para regular la educación superior, donde muchos plantean que cierto ejercicio de la autonomía alejó a la universidad de la sociedad, para Marquínez, “esta universidad se hace con las condiciones actuales, en donde la situación presupuestaria obliga a invertir el 90 por ciento de las asignaciones en gastos de funcionamiento y hace muy difícil el desarrollo de otras políticas”.
El historiador Pablo Buchbinder, autor del libro Historia de las universidades argentinas, sostiene que la autonomía “está conformada por procesos complejos. La idea actual que remite a la autonomía se ha ido construyendo a lo largo del siglo XX. Los estudiantes cordobeses impulsaban dos puntos de importancia como cuestión central de sus planteos: por un lado, la docencia libre, poder tomar cursos paralelos; y, por otro, la asistencia libre a clase. Con estas dos propuestas buscaban garantizar una mayor libertad para los estudiantes”.
El sistema universitario actual atravesó distintas dictaduras y sufrió el neoliberalismo en los últimos años, procesos que intentaron avanzar sobre los logros de la reforma. Y es en ese sentido que el politólogo Ricardo Romero, autor de La lucha continúa. El movimiento estudiantil argentino en el siglo XX, explicó que “hubo dos momentos en que las clases dominantes dejaron de preocuparse por la universidad pública: en 1958, cuando se producen las movilizaciones a favor de la educación laica o libre, donde finalmente aparecen las universidades privadas y los sectores católicos enseñan por fuera del sistema estatal; y en los años ’90, con la implementación de ideas neoliberales que intentaron vincular a las universidades con las empresas”. La sanción de la vigente Ley de Educación Superior, en 1995, “intentó invertir los principios reformistas. Por eso, uno de los valores que aún continúa vigente por su importancia es la extensión universitaria, que genera profesionales comprometidos socialmente. A pesar de los magros presupuestos a los que se ha sometido a las universidades –dice Romero–, la excelencia académica se sostiene y genera graduados de alta calidad. Es decir que, pese al intento del neoliberalismo por ingresar e influir en la universidad pública, el sistema universitario siguió manteniendo su nivel académico a pesar de la competencia que le generaron las instituciones privadas”. La extensión –acuerda Marquínez– es una práctica que se debe incrementar: “No hay duda de que la vinculación entre estudiantes, profesores y el medio tiene que ser profunda. Habría que discutir cómo se puede aplicar cada vez más a los problemas reales”.
La idea reformista del cogobierno universitario adquiere relevancia actual por ser el eje de diversos reclamos estudiantiles de “democratización”, como los observados en la UBA durante 2006. Buchbinder, que es profesor en la UBA y la UNGS, asegura que “la innovación fundamental de los estudiantes reformistas fue la participación estudiantil en el gobierno de las universidades. La intervención de la UNC en el ’18, que delegó el gobierno de la universidad en los profesores, fue una motivación para que las decisiones descansaran en todos los actores de la vida universitaria”. El cogobierno compartido por los distintos claustros es “sin duda uno de los puntos que perdura, más allá de las discusiones acerca de la proporcionalidad que corresponde a cada claustro –opina Marquínez–. Dentro de la vida universitaria podés tener diferencias y plantearlas, lo que no se puede decir es que no es democrática”. Biagini destacó que “el gobierno tripartito que impusieron los estudiantes cordobeses es una perla sin cultivar. En Argentina y Uruguay funcionan bien los cogobiernos, pero son casi los únicos países donde se respeta esa forma”.
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