sábado, 8 de enero de 2011

La izquierda, al asalto definitivo de la Universidad



El mundo universitario clama en silencio, por miedo a las represalias: la izquierda está aprovechando la gran reforma de Bolonia para hacer de nuestras cátedras del saber una fábrica de ideología, que nos distancia del modelo europeo y que se sirve de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación para ir contra los programas relacionados con el humanismo cristiano.

El 6 de octubre de 1789, una multitud de mujeres campesinas clamaban ante el patio enrejado del suntuoso palacio de Versalles. Luis XVI, tan ajeno a los disturbios que habían azotado París en los días previos, como a las miserables condiciones en las que su pueblo malvivía, se asomó a la cristalera de su dorado balcón y preguntó a uno de sus ayudantes: ¿Qué es esto? ¿Una revuelta? El guardia de corps, tragando saliva, respondió en seco: No, Majestad. Es la revolución. La anécdota histórica con que los guías parisinos ilustran hoy el inicio de la Revolución Francesa es el claro ejemplo de cómo, a veces, lo que no parece sino un movimiento más o menos alborotado, es la antesala de un terremoto de imprevisibles y devastadoras consecuencias.

Algo parecido es lo que, salvando las distancias de la Historia, está sucediendo en la Universidad española. El curso universitario que comienza es el segundo en que se aplica la reforma del Plan Bolonia, y aprovechando la convulsión de adaptar nuestra Enseñanza Superior al llamado Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), la izquierda española aprovecha para hacer de nuestras Facultades fábricas de mentes ideologizadas, en palabras de un profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Un aviso: las distintas fuentes consultadas para elaborar este reportaje (profesores, catedráticos, Decanos y Rectores de centros públicos y privados) han pedido permanecer en el anonimato para evitar las posibles repercusiones de sus denuncias. Así están las cosas.

Pero, para entender en profundidad qué se cuece hoy en las Facultades de nuestro país, es necesario hacer un breve repaso del camino recorrido.

Los buenos deseos de Bolonia

En 1999, los países miembros de la Unión Europea (entre ellos España) firmaron la llamada Declaración de Bolonia, que tenía dos objetivos principales: adoptar el sistema universitario anglosajón para Europa (no cinco años de carrera, sino tres de grado y dos de postgrado; reducir las clases magistrales y poner más énfasis en lo técnico que en lo humanístico) y facilitar la movilidad académica de profesores, alumnos y profesionales dentro del continente. Algo así como lo que ocurría en la Edad Media, para que un alumno pudiese cursar los mismos estudios y matricularse indistintamente en La Sorbona, de París; en la Ludwig Maximilian, de Munich, o en la Autónoma, de Barcelona.

Tras la firma de este acuerdo marco, debían darse tres pasos: que cada Estado lo adaptase a su ordenamiento jurídico; que, en España, la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE) interpretase la decisión del Estado; y que cada universidad y cada Facultad aplicasen de forma particular la decisión de la CRUE. Así, en apariencia, se lograba una mayor libertad, pues cada Facultad podría proponer los contenidos que considerase más oportunos, y que los alumnos elegirían o rechazarían en virtud de la enorme oferta de universidades que hay en nuestro país.

La ANECA, el Gran Hermano

Sin embargo, como relata el Decano de una Facultad «dentro del mundo académico no tardó en saltar la voz de alarma, y hubo Rectores que nos avisaron: detrás de esa apariencia de mayor libertad se escondía un mayor intervencionismo administrativo». No era una advertencia sin fundamento. El Ministerio encargó la concesión de las nuevas titulaciones de grado y postgrado a un organismo pretendidamente independiente: la ANECA, Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y la Acreditación. Éste es el ente que dice qué contenidos y qué planes de estudios pueden o no impartirse en España, qué grados pueden ofertarse y qué postgrados no pasan el filtro. El criterio es, en teoría, meramente técnico. Sin embargo, el Decano de una prestigiosa Facultad española asegura que «se ha producido una pérdida de autonomía atroz. Vivimos uno de los momentos más duros para la Universidad española. Hay mucho miedo por la intervención absolutista y arbitraria de la ANECA. La Agencia se ha convertido en un polit-bureau de corte ideológico, con comisiones y personas muy significadas en el entorno de la izquierda. Una especie de oráculo, o el Gran Hermano de Orwell, que dice qué se puede enseñar o no».

Arbitrariedades intolerables

Y pone ejemplos a sus denuncias: «En teoría, la ANECA sólo se mueve por cuestiones técnicas, pero en la práctica ha rechazado grados que incluían la enseñanza del Derecho Natural, con el pretexto lacónico de que Eso no existe. Eso sí, ha autorizado la creación de un grado de Igualdad en otro centro. Ha rechazado asignaturas de un postgrado porque la bibliografía recomendaba la lectura de Las Confesiones, de san Agustín; ha criticado el programa de una Facultad especializada en Humanidades, porque tenía demasiadas Humanidades; le ha negado a una universidad privada un postgrado que incluía y ampliaba exactamente los mismos contenidos que había aprobado a un centro público de otra región geográfica, con la excusa de que Carece de interés, y así, un sinfín de arbitrariedades intolerables que no tienen nada que ver con lo técnico, sino con lo ideológico». El Decano, exasperado, se pregunta: «¿Cómo que el Derecho Natural no existe y que algo No tiene interés? ¿No serán los alumnos quienes decidan si tiene interés, al matricularse o no en esa asignatura? ¿Quién es la ANECA para decidir eso?»

Quizá ahí está, precisamente, la respuesta: «La Agencia -explica otro Decano- se ha autodefinido como un filtro, cuando quien debería filtrar es la sociedad. Hace poco, un alto cargo político reconocía que la ANECA había perjudicado a las universidades privadas, fuesen o no afines a la izquierda, porque querían potenciar el sistema socialista de una enseñanza meramente pública. Quienes forman la ANECA son personas muy significadas ideológicamente con la izquierda, y que además son miembros de ciertas universidades. Por lo tanto, es la competencia quien te evalúa. Sería como si, en Fórmula Uno, Ferrari examinase a McLaren y le dijese con qué coches puede competir o qué pilotos pueden correr».

Absolutismo despótico

¿Y por qué nadie ha denunciado esto en los medios, aprovechando el revuelo de Bolonia? «Porque hay miedo. Ellos quieren servirse de Bolonia, que no es mala en sí misma, para hacer un asalto definitivo a la Universidad. La izquierda cultural y política siempre ha intentado hacerse con los órganos de Gobierno de la Universidad, alcanzar las cátedras y enseñar lo que ellos quieren enseñar. Un ejemplo es que el Gobierno quiere imponer por ley que todas las Facultades de Medicina enseñen a abortar, y que los currículos se rijan según la ideología de género, como hacen en los colegios. Así se garantizan el control de la persona en todos los tramos de su formación, de los 3 años a la Universidad», explica un Rector. Y añade: «Hasta ahora, la libertad de cátedra hacía que ciertas Facultades o profesores pudiesen enseñar sin premisas de partido. Lo que intentan hoy es que los contenidos que no son afines a su ideología, directamente, no se puedan enseñar. Y como estamos inmersos en un proceso de verificación de títulos, criticar esto abiertamente podría suponer que la presión fuese tan grande que no pudiésemos pasar su filtro, y nos impidiesen ofertar ciertos estudios. Es el absolutismo universitario, es despótico».

Chapuza a la española

Sin embargo, la aplicación española del plan Bolonia no se agota en el control ideológico de las asignaturas. La educación, lo propiamente académico, lo único que de verdad importa, también va a verse seriamente afectado.

Mientras la mayoría de los países europeos adoptaban un sistema de tres años de grado y dos de postgrado o máster (igual que ocurre en Estados Unidos, donde las universidades más prestigiosas se esfuerzan por presentar los mejores postgrados), en España, se optó por cuatro años de grado, y uno de postgrado. «Dejar la carrera en tres años pareció descabellado para ciertas titulaciones. Pero es que, además, ningún profesor, ni catedrático quería que su asignatura quedase fuera del grado, porque eso supondría que su área podía desaparecer, ya que en el postgrado no tendrían por qué darse materias comunes, sino especialidades. Así que forzaron a los Rectores al sistema 4+1 y no 3+2, aunque eso, en lugar de hacernos más parecidos a Europa, nos diferenciase más», explica un profesor de una universidad pública. De esta forma, «las asignaturas anuales han pasado a ser cuatrimestrales.

O sea, que los alumnos tienen que estudiar el doble en la mitad de tiempo, o bien, los condenamos a aprender la mitad de lo que saben las generaciones que les preceden».

Finiquito a las Humanidades

Tampoco es que ayude demasiado la propia estructura de Bolonia. «El sistema de Bolonia -explica un docente universitario- no pone el acento en adquirir conocimientos, sino en gestionarlos. Pone más énfasis en la técnica; en que los alumnos aprendan por sí mismos una materia que ignoran; ridiculiza la clase magistral (que no tiene nada que ver con sentarse a dictar unos apuntes); y enfoca a los jóvenes a prepararse casi en exclusiva para el mundo laboral, en lugar de preocuparse por construir intelectuales bien formados, que sepan pensar y ser críticos con las decisiones del poder. Quizá las carreras técnicas salgan beneficiadas, pero hay otras muchas que salen muy mal paradas». Este desajuste de los planes de estudios ha provocado enormes protestas en el mundo universitario, por los recortes que han sufrido titulaciones como Filosofía, Derecho, Historia... Paradójicamente, en nombre de Bolonia, símbolo del humanismo europeo, se da la puntilla a las Humanidades.

Enmascarar el fracaso

Otro profesor lamenta que «estudiar en la Universidad se presenta como una continuación de los estudios escolares, no como una preparación de los mejores. Cada vez hay menos alumnos, que tienen cada vez menos nivel, pero hay un exceso de universidades. ¿Solución? Las Facultades tendrán que ponérselo fácil a los jóvenes, o habrán de cerrar. Las asignaturas serán forzosamente más fáciles, y además serán más breves. Y como los alumnos que llegan del Bachillerato cada vez tienen menos nivel, se ha rebajado hasta la prueba de acceso a la Universidad, que es casi un coladero. El sistema educativo escolar, que sigue inspirado en la LOGSE, es un desastre absoluto, y para paliar su fracaso, ahora quieren rebajar también la exigencia de la Universidad. Y aunque lo bueno es que, en esta situación, los mejores estudiantes y las mejores universidades destacarán con más facilidad, este sistema maquilla el fracaso escolar; además, al tener a más jóvenes ocupados en estudios poco difíciles, no se apuntarán al paro y se rebajan las enormes cifras de desempleo juvenil. No se ha dejado nada al azar».

Convendría que Bolonia no borrase una lección de Historia: no es lo mismo una revuelta, que la revolución.

1 comentario:

  1. Considero que el 3+2 tiene sus ventajas y desventajas ciertamente las carreras científico-técnicas se beneficiarían de ella, pero eso no debe convertirse en una especie de molde donde todas las carreras deben, por asi decirlo, encamisarse. Por otro lado, son puras patrañas de la derecha, su tan cacareada libertad de cátedra y autonomía universitaria, porque los pensa basados en su visión del mundo se han vuelto elitescos siempre con dos orientaciones, una para formar esclavos altamente capacitados u otra para formar esclavistas de los primeros. La universidad debe llenarse de pueblo.

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